Monday, January 29, 2007

Vamos, vamos, que allí viene, viene el tren




Quizá ha sido la semana más difícil por la que he pasado en mi vida. Y esta frase, la última que escuché de mi padre hace algunos días atrás, cuando nos despedíamos de él en el recién a medias inaugurado terminal de Charallave. Fue la despedida una prolongación del abrazo de feliz año, unas 20 horas antes de que el mugir de las terminaciones de hierro del tren rasparan los rieles e hicieran vibrar vidrios como si éstos tuvieran un ataque repentino de epilepsia. Ahora esa frase, que comparto con todos ustedes, se cincela, se forja en mi memoria como una materia indestructible, quizá destila líneas que en lugar de grafito deja una estela de diamantes, escribiéndose desde ese momento hasta que mi memoria deje de ser memoria, sigue recorriendo mi memoria por las líneas ferreas de un futuro al que le faltan los puntos y aparte, las comas, los puntos suspensivos, y quién sabe qué otros signos y palabras y paréntesis y guiones; sigue avanzando sobre esa lámina que fabrica el cerebro y de tarde en tarde recicla, renova, y algunas veces las yuxtapone o réplica, esa lámina que parece ser una blanca hoja de tiempo y espacio en la que depositamos nuestras vivencias y la negra espalda de lo que no vivimos nunca.

Ahí viene el tren.
Y antes de abordar ese tren, estuve en una estación inmóvil durante dos semanas. Dos semanas decembrinas que para nosotros se resumían en conversaciones del pasado y del futuro, siempre como desde las 8 hasta las 4. Una larga jornada nocturna de hablar y hablar. Mi papá y yo instalábamos un vagón en el que poco y nada tenían acceso. Él me contaba su memoria pasada, de cuando tenía mi edad, y hasta un poco menos. Yo le leí parte de mi memoria ajena, mi Pasillos de mi Memoria Ajena, que no es otra que la de él y de la que no podrá verla terminada. Le recité los capítulos en los que él aparecía (el divertido e infantil episodio mas no para niños, llamado Las Chapas; el controversial Llegada de la TV, que tardé como 4 meses en escribirlo y el cual me ayudó a darle orden; Castillos de arena, una lectura de una genial foto que también les adjunto y que la coloco de portada de mi novela de cuentos; y el último de todos esos capítulos, al menos en la organización de los textos: La playa, La Guaira, Los Caracas...., que habla sobre sus largas estadías en Los Caracas para luchar contra el asma y del día en que casi se ahoga cuando apenas contaba con ocho años. Pero siempre había un tren).

Me gusta pensar que cuando una persona se va, aún sigue sintiendo las palpitaciones de lo que ocurre en el mundo recién abandonado, las percibe como mensajes de texto que vibran como los endebles vidrios de las ventanas cuando pasan los trenes, sólo que, en ese territorio, dudo que existan, ya que son totalmente innecesarias ventanas y paredes, techos y columnas, alfombras y cerraduras; todos son arena que ni para construir castillos sirve, ya que en ese lugar las paredes y los muros que delimitan comarcas y territorios son de aire y abarcan todo el infinito y todos los tiempos. Me gusta pensar eso. Y que en el vagón que instalan allá, al que nosotros no tenemos acceso todavía, vigilan de una manera sensorial nuestros actos, echándonos una manito cuando haga falta o abriéndonos una de nuestras ventanas que no dejan ver un paisaje ya que todo está nublado, o franquearnos una puerta o mil quinientas más, para recorrer una nueva vereda y alcanzar un atajo, para no perder el próximo tren y seguir hacia adelante, hacia adelante como un buen soldado, un soldado de las chapas.

Vamos, vamos, que allí viene. viene el tren.
Oscar Morenza
(1-6-1954--22-1-2007)

1 comment:

Ana Lucia said...

Hey! que linda la foto del negrito!

Ana Lucia de http://chiflame.net/